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Palmeras de Sudamérica

Las palmeras me remiten a lugares exóticos y no sé por qué me quedó esa imágen de la isla desierta y paradisiáca a la que pertenecen las Palmas. La realidad es que en Sudamérica tenemos la suerte de tener varias especies de palmeras resistentes a los frío de clima continetal. Aunque no conozco personalemte los palmares del litoral cuando pienso en palmeras de la Argentina recuerdo a las Yatay.

Y me río de mi misma con la relación que hago inmediatamente que es el barrio de Almagro y su calle con ese nombre conmemorando alguna batalla de hace mucho tiempo ocurrida cerca del palmar de Colón, el lugar de mayor concentración monoespecífica de esta palmera.

Busqué leyendas sobre el origen de estas palmeras porque naturalmente están distribuídas sobre las márgenes del río Uruguay en un espacio relativamente acotado. Y encontré el relato que los alumnos de la Escuela Nº 67 “Las Malvinas” del Palmar Argentina. También otra leyenda pero del otro márgen del río, del lado Uruguayo . La argentina se llama “La leyenda del palmar” y la uruguaya “Butia Yatay”.

” La Leyenda del Palmar”

Cuenta la leyenda, que había una vez, dos tribus que eran enemigas, una llamada Sauce y la otra Benteveo. En la primera vivía una indiecita llamada Mburucuyá y en la segunda, un indiecito llamado Cardenal.Estos pueblos estaban en continuas luchas por el alimento que les daba la naturaleza a orillas del “Río de los Pájaros”, como por ejemplo: animales, frutos del monte y peces del río.
A los dos indiecitos les gustaba pasear por el monte, hasta que un día se encontraron y desde ahí, comenzaron a encontrarse todos los días a escondidas de sus tribus, que seguro estarían en desacuerdo con su amor.Siempre que estaban en peligro de ser descubiertos, aparecía un zorro o un carpincho que les avisaba con sus gritos, entonces, ellos se escondían.Un día, sentados bajo un viejo y sabio árbol, escucharon sus consejos: “Váyanse, váyanse muy lejos, donde nadie los encuentre y formen su propia tribu”.
Los jóvenes siguieron su consejo. Volvieron cada uno a su tribu y cuando todos dormían,

aprovecharon a escaparse y con ellos llevaron una bolsa llena de frutos anaranjados y dulces, que llamaban “yatay” para comer en el camino.
Pero, el monte no pudo ocultarlos por mucho tiempo, y cuando los caciques de ambas tribus notaron su ausencia, empezaron a seguirlos y los encontraron.

Uno de los integrantes de la tribu Sauce, llamado Ceibo, lanzó contra ellos su lanza, que rompió la bolsa de “yatay”. Estos frutos fueron cayendo, hasta no quedar ninguno. Los indiecitos siguieron corriendo, pero los guerreros se cansaron y regresaron a sus tribus.

Después de muchos, muchos años, volvieron muy ancianos y se encontraron con que las tribus Sauce y Benteveo, ya no eran enemigas sino que vivían felices y en armonía formando un sólo pueblo, que se alimentaba de lo que les ofrecía el monte, que era muy rico desde que se formó un bosque de “palmeras yatay” con los frutos caídos de la bolsa.

FIN

“Butia Yatay”

Se cuenta que una vez hace mucho, muchísimo tiempo, antes de la llegada de los colonizadores a nuestras tierras, vivía junto a las costas de la laguna Negra una tribu guaraní, la cual se mantenía de la caza y de la pesca. En esta tribu habitaba un muchachito llamado Butiá Yatay.

Butiá Yatay acostumbraba a observar el cielo todas las tardes y el Gran Tupá, el sol, el dios todopoderoso de los guaraníes, el cual todos los días hacía su recorrido por el firmamento. Pero el indiecito esto no lo entendía, la tierra en que habitaba su tribu y las otras tribus, no podía ser un gran plato, Tupá no podía nacer diariamente para morir en cada ocaso.
No, esto seguro que era más complicado, el Tupá, el Gran Jefe, seguro que estaba en el centro de algo y la tierra y la luna y las estrellas se hallaban alrededor de él, precisamente como los jefes de las tribus más pequeñas y los demás súbditos ocupaban su lugar alrededor del gran jefe de la tribu.

Seguro que esa gran bola de fuego, el gran Dios Tupá, estaba sentado en su trono y era la tierra que giraba enrededor de él. Todo esto Butiá Yatay se lo contaba a sus padres, mas éstos no lo entendían y le repetían siempre al pequeño guaraní que dejara de pensar tales cosas, sino Tupá le iría a echar una maldición.
Pero Butiá Yatay no dejaba de creer en lo que afirmaba.Muchos amaneceres sorprendían al indiecito observando nacer el sol, cuando cierta vez Butiá Yatay vio acercarse algo desde el horizonte que era arrastrado por las aguas del mar. Cuando aquello hubo llegado a la costa, Butiá Yatay vio que aquella cosa era un árbol muy raro que nunca había visto, una palmera.
Butiá Yatay jamás había visto una palmera. Tenía unos frutos rojos como el sol, los cuales el indiecito enseguida probó y los halló de dulce sabor.Entonces Butiá Yatay concibió una idea, la palmera que nadie sabía de donde había venido, tendría que haber hecho el mismo recorrido que hacía el sol todos los días.
El pequeño guaraní tomó enseguida una decisión: muy rápido recoletó todos los frutos de la palmera y regresó para la tribu. Allí Butiá Yatay junto a los utensilios más imprescindibles, se despidió de sus padres y comenzó un largo viaje por tierra adentro siguiendo el sol. Pasó y pasó el tiempo y por la senda que había tomado el indiecito comenzaron a crecer palmeras, no vista nunca antes por los habitantes de la tribu. Tales palmeras habían germinado de las semillas de los frutos que iba dejando caer Butiá Yatay en su andar.
Mientras tanto los ancianos padres de Butiá Yatay, pasaban largas noches sentados frente al mar, esperando algún día volver a ver a su hijo. Muchas lunas y muchos soles pasaron los dos indios sentados así, cuando una tarde vieron que se acercaba algo desde el mar. Cuando llegó a las orillas, vieron que era una palmera y que entre sus ramas traía enredada la vincha del indiecito. Desde ese día los indios llaman a esas palmeras Butiá Yatay “.

Las palmeras no son un recuerdo de los jardines de mis abuelas pero estoy segura de que muchos tienen imágenes como nietos en algún patio con una gran palmera. Las palmeras definitivamente son de las abuelas.

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